Las puertas se abrían y cerraban sin descanso ante la continua llegada de pasajeros que corriendo esperaban alcanzar, por los pelos todo ha de decirse, el autobús que ponía fin a las vacaciones de Navidad de un amplio sector de la sociedad. Quizás no constituyamos la jet set, pero el tránsito del intercambiador Avd de América es digno de Heathrow en cuanto a operación fin de vacaciones se refiere. Y creedme cuando digo que hay pocas experiencias antropológicas tan enriquecedoras como el nocturno Madrid-Barcelona de Alsa. Y el de después de Navidad es,si cabe, el más bizarro. Bultos de formas incomprensibles y maletas repletas de regalos navideños o tuppers con los restos de todos esos dulces imaginables hechos con almendra, sí seguramente toda esta pantomima de la Navidad surgió ante una sobreproducción de almendras amargas...
Un final; el de las navidades, el de tener una madre trabajadora, el del año de mi incorporación al mundo de triatlón y en el que nació el pollito; en general el de un año cargado de buenas (aunque también no tan buenas, que de todo ha habido) experiencias. Pero ante todo, un principio. El comienzo de un año con nuevos objetivos y muchas ganas, aunque también con mucha presión, porque como Todo el mundo se encargó de recordar tiene que ser EL AÑO, el de todos nosotros, ¡qué ya va siendo hora vagos!... aviso para navegantes, 2016 traerá una sobreproducción de arquitectos... Quién sabe, igual a alguien se le ocurre una fiesta basada en el consumismo abusivo camuflado de tiempo familiar que hacer con ellos...
Cada vez que el monigote verde se materializaba en las luces
del semáforo, cuando todo el mundo se abalanzaba a la carretera en la encarnizada lucha contra el reloj, él se lanzaba al paso de cebra a bailar. Los segundos que
duraba el cruce de peatones, él se los pasaba danzando entre las rayas blancas, sin cesar y sin razón aparente. Al principio era complicado darse cuenta, pues la marabunta de
la ciudad buscando encontrarse en otro lugar y en otro momento, lo envolvía,
hasta que una vez finalizado el ímpetu inicial del cruce, su gracioso baile
cobraba forma entre las desafiantes siluetas de los rascacielos y ante la
estupefación de los pocos afortunados, que por una u otra razón, habían
ralentizado su velocidad con respecto a la de la ciudad. Maravillados quedaban
de su insonoro claqué, acallado por las bocinas de los coches apremiándole a
salir de la calzada. Y por un momento, todo cobraba sentido. Ese sentido tan
poético de algo que carece de razón, pero que le da forma a la nada que puebla
los intersticios de nuestros compromisos sociales y calma nuestras bestias
internas con una sosegada sonrisa. ¡Cuánto poder en un baile y qué pocos decidían aprovecharlo!
Llevo tanto tiempo aletargada por mi propia cotidianidad que
cuando me asalta uno de esos días, uno de esos en los que lo único que quiero
es llorar y esconderme, me medio alegro, al menos al principio, porque quiere decir que no
soy tan inhumana como últimamente parece, que también tengo derecho a sentir…
Pero luego esa realización ya no es suficiente y me hundo… Me regodeo en mi
miseria, en el rincón más luminoso de mi casa, que es al mismo tiempo el más
oscuro…
¿Y si estoy tomando decisiones por las razones equivocadas?,
¿y si no pensar demasiado no era tan buena idea como yo pensaba cuando tomé
aquella decisión?, ¿y si cuando renuncie a rayarme por lo que los demás
pensasen de mí, y sobre todo, por lo que pudiesen esperar, no era el camino adecuado?
¿Y si debiese volver al camino recto, a la absurda normalidad de aspirar poco y
conformarme con menos? Cuando lo que quiero, en realidad es un poco de amor,
algo más allá del propio, que de ese me sobra. Quiero mimos y cariño, de
alguien que no sea mi padre, quien por cierto hace un tiempo que ha dejado de
ser mi superhéroe, no sé si
porque cree que ya no lo necesito, igual en algún torpe intento de
querer ser una mujer fuerte e independiente le mandé señales equivocadas o
simplemente se ha olvidado de serlo…
Sé que soy fuerte; que también esto pasará; pero por una vez
quiero no tener que ser yo quien recoja mis propios pedazos, porque aunque ya
sé cómo me monto, hace ya tiempo que dejó de ser divertido. Lo mismo que pasa con las Billy de IKEA. Quiero no ser tan
rápida ensamblándome de nuevo. Tan rápida que nadie se dé cuenta que estoy
rota, tarada… Quiero que mis mil y una contradicciones se esparzan en el suelo
durante horas y que por una vez el mundo sea testigo de mi fragilidad, de mis
imperfecciones más profundas, las oscuras que a veces yo ya no sé, porque de
guardarlas tan bien se me han olvidado. Necesito que el mundo por una vez me
trate como al rival más débil y por debajo de la mesa me eche una mano en esto
de vivir. Ser huevito un par de jugadas o tener algo de ventaja. Necesito algo
que no sé nombrar, o a lo que me aterroriza ponerle un nombre… Y aun así, aquí
sigo queriendo no crecer, queriendo recuperar la pasión de ser joven y, aunque
nunca quise cambiar el mundo, si quise aprenderlo todo… Abarcar la luna. Pero
los ensayos siempre se me han atragantado a un tercio del final y nunca llego
a las conclusiones del autor… Con lo que
no hago más que potenciar mi imperfección y esconderme tras una mirada de
fingida frivolidad y verdades a medias.
Soy un fraude. I AM A MESS.
Finalmente todo queda en un millón de lamentos y
autocompasiones regadas de lágrimas amargas en posición fetal en un rincón. Todo aderezado con Damien Rice en bucle para darle una dimensión más
profunda, si cabe, al tema de llorar. Para que luego todo, poco a poco, vuelva a
su lugar, al mismo mar de dudas de hace unas horas, pero con la integridad
recuperada y con sólo un intenso dolor de cabeza de la resaca de tocar fondo.
De aquí en adelante todo vuelve a ser constructivo, aunque no sirva para nada. Porque la
única verdad es que no todo ha de servir a un propósito mayor. Hay días de mierda que
no te hacen más fuerte, ni más grande, sólo están y hay que aprender a vivirlos
de la manera menos dañina posible e intentar que duren poco. Un millón de
litros de té, una consistente cena y un gusto un poco menos masoquista a la
hora de escoger la música. Acabar de recoger las últimas piezas que todavía están
desperdigadas por ahí. Ya mañana con la frescura del alba me encargare de
asegurarlas con pegamento extrafuerte, del que si te descuidas te pega los
dedos entre sí. Mantendré lo más alejado posible en disolvente, lo prometo.